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Cristoph de Sant-Antoine, martiniqués, investigador, deja su isla natal para asentarse en una del archipiélago macaronésico con el propósito de iniciar una nueva vida al hilo de un compromiso laboral: componer un tratado o un ensayo, no lo tiene claro, sobre las islas ultraperiféricas de la Unión Europea para el que ha sido becado.
Su estancia en el territorio atlántico, situado al otro lado del océano de su lugar de nacimiento, le permitirá descubrir la delgada línea que separa las nociones de lo que es un paraíso, entendido como un espacio donde todo placer hedonista halla habitación -amistades, sexo, alcohol-, y de lo que cabe reconocer como un infierno: las limitaciones geográficas condicionan una idiosincrasia colectiva que puede llegar a ser asfixiante y que, en muchas ocasiones, conducen a una suerte de muerte, tanto anímica, emocional, intelectual, como física.
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