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Si de algo se habría de arrepentir Miguel Palmero en aquel invierno crudo y sorprendente en que cambió su vida por unos ojos negros fue de no habérselo sabido explicar mejor a sus hijos. Lo demás (el trabajo, la casa de la playa, Ana Belén) lo dio siempre por bien perdido. Y es que nunca los sintió del todo suyos». Así comienza La Gitanilla de Ankara, una historia que deambula por todos los callejones de la narrativa: comienza como novela de viaje que de repente se vuelve erótica, se traviste luego en romántica y acaba en el más puro negro. A Miguel Palmero, un oficinista anodino y sin carácter, le toca en suerte un viaje de trabajo a la ciudad de Bremen y allí, en una fiesta que le preparan los organizadores del congreso, conoce a una bailarina turca que va a darle la vuelta a su vida como a un calcetín. «Morena, el pelo recogido en una trenza azabache que brillaba más que los mismos focos, las piernas fuertes latigando la madera, las manos largas y serpentinas arañando el aire, la cabeza orgullosa retando a quien se atreviera a mirarla, los ojos negros, punzantes, despiadados». Así, todo lo que creía saber sobre si mismo se viene abajo y el amor gitano le va a insuflar un valor y un arrojo que nunca creyó tener.
Con una prosa lírica y profunda, José Luis Correa nos propone un viaje emocional en el que el protagonista va a descubrir su propia naturaleza. El estilo directo, ingenioso, acerado y poético a la vez, que caracteriza a Correa se pone de relieve en esta novela que abandona la zona de confort de la isla para confundirse en un espacio de tierra y fuego. Y sobrevolándolo todo, el humor, esa socarronería con la que el autos nos ha deleitado en tantas obras a lo largo del último cuarto de siglo
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