El poeta que allendó a Pinochet

Mi padre salió distinto de Chile aquella mañana cualquiera del mes de septiembre del 73, tras el Golpe de Estado de Augusto Pinochet. Cuando ya hemos celebrado el 50 aniversario de unos hechos que acabaron con la muerte de Allende y una cruenta dictadura militar de casi dos décadas en Chile, toca rescatar aquellas otras pequeñas historias con rostro propio. Las de los sueños truncados con nombre propio que, sin embargo, lograron un mañana.

Juan Jiménez soñó tanto la vida, que ya no quiso el sueño, sino vivirla. El poeta isleño salió distinto y ya jamás regresó a Chile. Pero lo llevaba dentro, bien adentro de él. Guardado en uno de sus muchos silencios, de ésos a los que acostumbraba cíclicamente. Juan Jiménez tenía el corazón 'allendado' para toda la eternidad. Pero no vino solo.

Jamás se olvidó de Chile. Sólo calló por los nombres que ya no pudo volver a pronunciar. Porque ellos, los ya no nombrados, tenían rostro y también mirada. Porque seguía viendo sus ojos en los colores de Chile. Y porque murieron sin una canción que mencionara sus nombres. Pero le quedaba la palabra.

Y su habla. Pues dice Pessoa que el poeta es un 'fingidor', que "finge tan completamente que hasta finge que es dolor el dolor que en verdad siente". Sin embargo, este poeta isleño jamás fingió. Lo acalló un tiempo, sólo el necesario mientras manaba toda la sangre que tenía que manar por la herida, hasta que brotó la canción, la de los nombres olvidados. Y guardó todos los Chiles en uno... Todo Chile en un sólo día, el de la partida.

Todo Chile en un beso, el de la madre de Gisela y su hermano Lucho, al verles partir. Y todo Chile en un solo poema que jamás publicó, pero se hizo canción en la voz de María C. Juan Jiménez eligió la vida y guardó Chile, arropado, para sí.